Cuando
comienzas a cuestionar los pilares cosmogónicos infundidos sin consentimiento
en tu niñez, rompes las ataduras de la ignorancia para emprender un vuelo en
los misterios de la ciencia. Es en ese momento cuando el dogma se va quedando
sin fundamento para soportar las teorías que en el pasado le dieron cuerpo.
Todo empieza a tener sentido y la lógica da sus primeros pasos en el arte de
discernir los aspectos fundamentales del universo que nos rodea. Observas la
belleza en los detalles más simples del cosmos y te das cuenta de lo pequeño
que puedes llegar a ser en su escala. Todo tiene una función establecida en el
universo, pero no gira en torno a nosotros o a un gremio social o religioso
privilegiado.
Luego
de unas cuantas observaciones de cielo profundo nos percatamos que nuestro
entorno es una réplica a escala del macrocosmos. Es el principio de
correspondencia de la antigua filosofía hermética. Las estrellas cumplen un
ciclo de vida similar al nuestro: nacen, crecen y mueren; pero ¿es la muerte
realmente el final? Ciertamente y debido a la gran escala del ciclo de las
estrellas, difícilmente se podría decir que llegan a su final. Es claramente
observable en el cielo profundo el ciclo de vida de una estrella mediana como
el Sol, desde su origen en las nebulosas, pasando por sus primeras agrupaciones
en cúmulos estelares, para que luego de su colapso culmine transformándose en
una enana blanca (proceso que dura algo más de unos 10.000 millones de años). Es
casi imposible determinar cuál sería la etapa siguiente a una enana blanca y en
cuanto tiempo esta se produciría. Lo que sí se puede establecer es que el
universo está en un constante movimiento y en un cambio de vibración eterno, de
forma tal que el fin de una etapa es solo el comienzo de otra.
Al
analizar el cielo profundo se puede ver como todo esto toma forma. Muchas veces
no es necesario contar con equipos de gran capacidad como mucha gente cree.
Basta con una observación a simple vista, unos binoculares o un telescopio
mediano para poder percibir las marcadas fases básicas de la vida del cosmos. Como
punto de partida podemos iniciar con la contemplación de las nebulosas, grandes
fuentes de generación de vida, las cuales, más que su belleza, son la continua semilla
en germinación de la creación de estrellas. La nebulosa de la Laguna, ubicada
en la constelación de Sagitario, representa un ejemplo claro y fácil de
observar con unos binoculares estándares.
Posterior
a esto se puede continuar con la observación de cúmulos abiertos como las
Pléyades, las cuales se encuentran compuestas por un conjunto de estrellas
jóvenes que compartieron en su momento un mismo origen cósmico en el colapso
del polvo molecular de una nebulosa. Su flujo y reflujo energético son un claro
ejemplo de la transmutación energética del universo, la cual sigue conservando
la armonía de un ritmo compensado pero en otro nivel de vibración. Para
observarlas, no es necesario el uso de equipos astronómicos y a simple vista se
logra disfrutar de su compañía en un cielo oscuro.
Las
etapas anteriores dan como resultante la generación de estrellas en todos sus
estados, las cuales en su gran mayoría tienden a converger en una etapa similar:
una enana blanca. Durante una observación de cielo profundo es fácil
diferenciar la mayoría de las etapas descritas, hasta el punto de encontrar
estrellas algo más maduras en relación a las demás (gigantes rojas). Cuando se
hace este tipo de observaciones, adicional al espectáculo luminoso que las
estrellas nos presentan, suelen surgir gran cantidad de preguntas, las cuales abarcan
tanto el campo científico como el filosófico. Cada cual debe sacar sus propias
conclusiones al respecto y entender que muchas de las preguntas aun no tienen
respuestas. Es interesante ver como las teorías antropocéntricas y geocéntricas
simplificaban respuestas que la tecnología más sencilla del día de hoy las deja
como obsoletas.
No
es la verdad quien nos hace libre, es la búsqueda de ella la que nos ilumina
como faro en los océanos de la ignorancia.
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